El café bombón en este sitio esta delicioso, la camarera me mira de forma pícara mientras me hago el tonto haciendo como que no me doy cuenta, supongo que soy lo mas interesante que hay en el bar, ya que los tipos trajeados que están a mi izquierda parloteando acerca de hipotecas y tipos de interés deben de ser demasiado insistentes con las miradas lascivas que le lanzan a la chica que, servicial y sonriendo, espera delante de mí a que pida algo más, mientras, yo estoy pasando de ella y escribiendo.
Si llegase a comprender lo que estoy escribiendo seguro que saldría corriendo.
Muchas personas han intentado darle una explicación a lo que soy, buscando personas como yo para estudiarlas, analizarlas y si las historias son ciertas, en época de la segunda guerra mundial ambos bandos diseccionaban a los que son como yo para buscar su funcionamiento.
Estúpidos.
Como me dijo Belén debo poner las cosas de forma ordenada, y antes de empezar a analizar mi comportamiento y mis respuestas a estímulos externos, creo que debería escribir qué soy y por qué soy como soy, aunque sólo sea para mí mismo, ya que como escribí antes, si alguien fuese capaz de leer esto seria como yo y sabría el precio que hay que pagar por ello.
Soy un mago y fuera de la opinión general y de películas de magos con cicatrices en la frente, ni tengo varita ni una lechuza invernal.
Agradezco a personas, como esa escritora, que narre las vivencias de un joven mago de la forma en la que lo hace, ya que de esa forma aleja la atención de los que verdaderamente tenemos este don.
Por lo que sé, no existen escuelas de magia, no existen magos tan estúpidos como para depender de una varita y de artefactos que, aunque parecen útiles y simpáticos, en la práctica real su uso es absurdo.
En mi caso al igual que en el del personaje de ese libro tan popular de ficción, yo tampoco conocí a mis padres, de hecho, no sé ni siquiera el rostro que tienen. La persona que me crio fue mi maestro o al menos la que me crio hasta que al cumplir los veinte lo estrangulé con mis propias manos.
Quizás pueda parecer un poco frío, insensible e inhumano por mi parte el escribirlo con total naturalidad y de una forma casi sádica.
Quizás a ojos de los más puristas no tengo perdón de Dios.
Quizás para algunos no sea más que un monstruoso asesino psicópata sin escrúpulos.
Quizás las personas que piensen eso estén realizando un juicio prematuro, sin darme la oportunidad de mostrar mis argumentos.
Sí, estrangulé a Joaquín. Sí, lo hice con mis propias manos. Sí, lo hice mientras dormía después de una sesión de ejercicios particularmente intensa.
Maté a sangre fría a ese tipo grande, corpulento y calvo que me había criado.
No intento excusarme, tampoco quitarme el muerto de encima, en mi profesión los escrúpulos y la humanidad son algo que tiende a perderse demasiado rápido, acercándote peligrosamente demasiado a lo mismo que cazas, es más, he cazado a algún que otro mago que ha cruzado el delicado filo de la navaja en el que vivimos los cazadores.
Joaquín me compró en algún mercado. Sólo conseguí encontrar entre sus papeles el documento de compra de un "bebe varón de desconocida procedencia". Los papeles en los que se hallaban su rubrica ardieron al igual que él cuando exhaló su último aliento bajo mis manos.
Joaquín me enseñó todo lo que sé sobre la magia, sobre los seres a los que cazo, mostrándome la dudosa moral de aquello en lo que me estaba preparando para convertirme.
Mi infancia paso delante de la televisión, de la que aprendí, no sólo los milagros que la teletienda promete, sino todo lo que ofrecen esos programas culturales de baja audiencia, mientras que él me adiestraba física y psicológicamente, sin escrúpulos algunos. Mis ansias de conocimiento no tenían parangón y sabía que existía algo más que lo que mi maestro me enseñaba.
El motivo por el cual no salía al exterior es sencillo, su casa formaba parte de él, sólo podía entrar o salir de las habitaciones que él me permitía. Es terrible cuando tienes ganas de ir al baño y no puedes salir de la habitación en la que estás, sin embargo resistía. Sonrío al recordarlo, ya que en más de una ocasión ese "adiestramiento" me ha sido muy útil.
Cuando cumplí quince años empezó a sodomizarme, era su alumno y a la vez el fruto de su frustración homosexual.
Después vinieron los castigos físicos de otro tipo, primero el cinturón, un látigo, después un palo, una cadena, un tubo de cobre. Mi cuerpo se acostumbraba al dolor, lo odiaba por lo que me hacia, pero tenia una dependencia psicológica hacia él y no podía hacerle daño, o al menos eso es lo que él creía.
Mi resistencia al dolor llego a tomar tintes masoquistas, riéndome de cuando me retenía con magia y me golpeaba duramente, ya que había conseguido adaptar mi mente y mi cuerpo al dolor, él decía que debía estar preparado y que lo hacia por mi bien, por desgracia el muy bastardo tenía razón.
La sesión de ese día había sido particularmente dolorosa, tanto la parte de entrenamiento, como la parte de castigo, como la parte en la que me sodomizaba mientras agarraba mi melena rubia arrancándome manojos de pelo sin piedad.
Lo que Joaquín no sabia es que había conseguido aprender algo más de lo que él me enseñaba y, en una de las sesiones en las que estábamos en su particular sancta sanctorum creé una pequeña ilusión el tiempo suficiente para poder robar el libro en el que aparecía la técnica para realizar el conjuro que necesitaba, aunque el precio parecía enorme.
El motivo por el que cultivo tanto mi cuerpo es por mi profesión, que a diferencia de lo que muchos han escrito o de la creencia en deidades oscuras y primigenias, el autentico poder de un mago proviene de su propio cuerpo.
Pero todo tiene un precio y la magia, tal y como la conozco en toda su amplitud, tiene el precio mas elevado de todos, el cuerpo de un mago se va consumiendo con la practica de la misma, devoramos grandes cantidades de comida y practicamos duramente para tener un cuerpo que sea capaz de canalizar el poder que somos capaces de desarrollar.
Sin embargo poco a poco y, pese a que repongamos esas energías, el cuerpo se resiente, de hecho yo mismo noto algunos achaques a mis treinta años. A veces, cuando hago algo demasiado poderoso me duelen las dorsales, como si me hubiesen amputado algunos músculos. En mi aspecto físico también se nota, mi pelo antes brillaba como el sol, pero de momento puedo darme por satisfecho, magos de mi quinta están consumidos o gordos como focas y calvos. De momento aún me libro, por ello entreno tan duro.
Durante semanas cogí algo de peso, guardando la energía que necesitaba, Joaquín por su parte me castigaba mas duro aun, no realizaba los conjuros que él me permitía realizar, achacándolo a un estado anímico y físico que según la televisión se tiene cuando uno es un mar de hormonas en erupción y no tienen salida posible.
Cometió el fallo de creérselo.
Una noche, mientras el se creía seguro en su cama, canalicé la energía interior que había estado acumulando y realicé el conjuro. Nunca había hecho nada tan fuerte, Joaquín no me lo hubiese permitido.
Y funcionó.
El precio fue el perder demasiado peso, mis músculos se resintieron y caí débil al suelo, pero el sabría lo que había hecho. Arrastrándome por el suelo subí las escaleras hasta su dormitorio, libre de toda atadura mi férrea decisión y propósito eran acabar con su vida, o al menos intentarlo, aunque eso me costase a mi la mía.
Abrí silenciosamente la puerta de su habitación, conseguí ponerme en pie, me acerqué cauteloso a la cama. Dormía mirando al techo, con la boca semiabierta y roncando como roncan las personas con sobrepeso. En su mesita de noche reposaban unas píldoras de esas que toman los culturistas con alto contenido energético.
Justo lo que necesitaba.
Tragué medio bote y sentí como su efecto era inmediato. El metabolismo en los que son como yo es tan acelerado, a veces, que apenas sientes que hayas comido. Me sentía con fuerzas de nuevo y listo para realizar otro conjuro, sencillo fácil, o al menos hasta ahora lo había sido, pero seguía débil. Tenia la total seguridad de que aquello acabaría conmigo, pero con las fuerzas renovadas al menos podría acabar con la vida de aquel hijo de puta.
Y así fue.
Aceleré mi cuerpo, aumenté mi fuerza, me dolía todo, pero estaba acostumbrado al dolor. Veloz como un rayo salté encima de él y aferré mis manos con tal fuerza a su garganta que creo que no debió sentirlo, el chasquido de la tráquea y del cuello al romperse es algo que recuerdo como si fuese ayer.
Sabía que estaba muerto, pero seguí apretando hasta que mis manos palidecieron.
Entonces caí desmayado.
Cuando desperté me encontraba en una casa carente de magia, rodeado de polvo por todas partes y tendido encima de un consumido cuerpo que al tocarlo se volvió polvo como casi todo lo que había sido parte de el.
Del polvo venimos y al polvo vamos.
No tenía dinero, ni ropa, ni documentación ni nada por el estilo, pero deseaba salir de aquella casa lo antes posible.
Sin embargo necesitaba sacar de allí todo lo que pudiese ya que sabía que, nada más saliese por la puerta, la casa se vendría abajo, convirtiéndose en polvo, al igual que su dueño.
Lo que encontré me sirvió sobremanera para sobrevivir hasta que conseguí regular mi situación, cómo no, ayudado con la magia. Le estoy cogiendo gusto a esto de escribir las cosas que me atormentan, sin embargo tengo que parar ahora mismo, mi cliente acaba de acceder al centro comercial y esta subiendo por las escaleras mecánicas, puntual como un reloj suizo. Espero que esta vez no me pida que cace nada demasiado grande como la última vez.
Y menos aún mañana.
Seguiré escribiendo, aunque siento que esto, pese a que lo diga mi psicoanalista, no sirve de nada.
Sin embargo creo en ella y que puede ayudarme de alguna forma, aunque, por desgracia para ella, eso podría meterla en mi mundo y convertirse en una presa, espero poder parafrasear algún día a Lestat y decirle aquello de "voy a darte la oportunidad que yo nunca tuve"
Si llegase a comprender lo que estoy escribiendo seguro que saldría corriendo.
Muchas personas han intentado darle una explicación a lo que soy, buscando personas como yo para estudiarlas, analizarlas y si las historias son ciertas, en época de la segunda guerra mundial ambos bandos diseccionaban a los que son como yo para buscar su funcionamiento.
Estúpidos.
Como me dijo Belén debo poner las cosas de forma ordenada, y antes de empezar a analizar mi comportamiento y mis respuestas a estímulos externos, creo que debería escribir qué soy y por qué soy como soy, aunque sólo sea para mí mismo, ya que como escribí antes, si alguien fuese capaz de leer esto seria como yo y sabría el precio que hay que pagar por ello.
Soy un mago y fuera de la opinión general y de películas de magos con cicatrices en la frente, ni tengo varita ni una lechuza invernal.
Agradezco a personas, como esa escritora, que narre las vivencias de un joven mago de la forma en la que lo hace, ya que de esa forma aleja la atención de los que verdaderamente tenemos este don.
Por lo que sé, no existen escuelas de magia, no existen magos tan estúpidos como para depender de una varita y de artefactos que, aunque parecen útiles y simpáticos, en la práctica real su uso es absurdo.
En mi caso al igual que en el del personaje de ese libro tan popular de ficción, yo tampoco conocí a mis padres, de hecho, no sé ni siquiera el rostro que tienen. La persona que me crio fue mi maestro o al menos la que me crio hasta que al cumplir los veinte lo estrangulé con mis propias manos.
Quizás pueda parecer un poco frío, insensible e inhumano por mi parte el escribirlo con total naturalidad y de una forma casi sádica.
Quizás a ojos de los más puristas no tengo perdón de Dios.
Quizás para algunos no sea más que un monstruoso asesino psicópata sin escrúpulos.
Quizás las personas que piensen eso estén realizando un juicio prematuro, sin darme la oportunidad de mostrar mis argumentos.
Sí, estrangulé a Joaquín. Sí, lo hice con mis propias manos. Sí, lo hice mientras dormía después de una sesión de ejercicios particularmente intensa.
Maté a sangre fría a ese tipo grande, corpulento y calvo que me había criado.
No intento excusarme, tampoco quitarme el muerto de encima, en mi profesión los escrúpulos y la humanidad son algo que tiende a perderse demasiado rápido, acercándote peligrosamente demasiado a lo mismo que cazas, es más, he cazado a algún que otro mago que ha cruzado el delicado filo de la navaja en el que vivimos los cazadores.
Joaquín me compró en algún mercado. Sólo conseguí encontrar entre sus papeles el documento de compra de un "bebe varón de desconocida procedencia". Los papeles en los que se hallaban su rubrica ardieron al igual que él cuando exhaló su último aliento bajo mis manos.
Joaquín me enseñó todo lo que sé sobre la magia, sobre los seres a los que cazo, mostrándome la dudosa moral de aquello en lo que me estaba preparando para convertirme.
Mi infancia paso delante de la televisión, de la que aprendí, no sólo los milagros que la teletienda promete, sino todo lo que ofrecen esos programas culturales de baja audiencia, mientras que él me adiestraba física y psicológicamente, sin escrúpulos algunos. Mis ansias de conocimiento no tenían parangón y sabía que existía algo más que lo que mi maestro me enseñaba.
El motivo por el cual no salía al exterior es sencillo, su casa formaba parte de él, sólo podía entrar o salir de las habitaciones que él me permitía. Es terrible cuando tienes ganas de ir al baño y no puedes salir de la habitación en la que estás, sin embargo resistía. Sonrío al recordarlo, ya que en más de una ocasión ese "adiestramiento" me ha sido muy útil.
Cuando cumplí quince años empezó a sodomizarme, era su alumno y a la vez el fruto de su frustración homosexual.
Después vinieron los castigos físicos de otro tipo, primero el cinturón, un látigo, después un palo, una cadena, un tubo de cobre. Mi cuerpo se acostumbraba al dolor, lo odiaba por lo que me hacia, pero tenia una dependencia psicológica hacia él y no podía hacerle daño, o al menos eso es lo que él creía.
Mi resistencia al dolor llego a tomar tintes masoquistas, riéndome de cuando me retenía con magia y me golpeaba duramente, ya que había conseguido adaptar mi mente y mi cuerpo al dolor, él decía que debía estar preparado y que lo hacia por mi bien, por desgracia el muy bastardo tenía razón.
La sesión de ese día había sido particularmente dolorosa, tanto la parte de entrenamiento, como la parte de castigo, como la parte en la que me sodomizaba mientras agarraba mi melena rubia arrancándome manojos de pelo sin piedad.
Lo que Joaquín no sabia es que había conseguido aprender algo más de lo que él me enseñaba y, en una de las sesiones en las que estábamos en su particular sancta sanctorum creé una pequeña ilusión el tiempo suficiente para poder robar el libro en el que aparecía la técnica para realizar el conjuro que necesitaba, aunque el precio parecía enorme.
El motivo por el que cultivo tanto mi cuerpo es por mi profesión, que a diferencia de lo que muchos han escrito o de la creencia en deidades oscuras y primigenias, el autentico poder de un mago proviene de su propio cuerpo.
Pero todo tiene un precio y la magia, tal y como la conozco en toda su amplitud, tiene el precio mas elevado de todos, el cuerpo de un mago se va consumiendo con la practica de la misma, devoramos grandes cantidades de comida y practicamos duramente para tener un cuerpo que sea capaz de canalizar el poder que somos capaces de desarrollar.
Sin embargo poco a poco y, pese a que repongamos esas energías, el cuerpo se resiente, de hecho yo mismo noto algunos achaques a mis treinta años. A veces, cuando hago algo demasiado poderoso me duelen las dorsales, como si me hubiesen amputado algunos músculos. En mi aspecto físico también se nota, mi pelo antes brillaba como el sol, pero de momento puedo darme por satisfecho, magos de mi quinta están consumidos o gordos como focas y calvos. De momento aún me libro, por ello entreno tan duro.
Durante semanas cogí algo de peso, guardando la energía que necesitaba, Joaquín por su parte me castigaba mas duro aun, no realizaba los conjuros que él me permitía realizar, achacándolo a un estado anímico y físico que según la televisión se tiene cuando uno es un mar de hormonas en erupción y no tienen salida posible.
Cometió el fallo de creérselo.
Una noche, mientras el se creía seguro en su cama, canalicé la energía interior que había estado acumulando y realicé el conjuro. Nunca había hecho nada tan fuerte, Joaquín no me lo hubiese permitido.
Y funcionó.
El precio fue el perder demasiado peso, mis músculos se resintieron y caí débil al suelo, pero el sabría lo que había hecho. Arrastrándome por el suelo subí las escaleras hasta su dormitorio, libre de toda atadura mi férrea decisión y propósito eran acabar con su vida, o al menos intentarlo, aunque eso me costase a mi la mía.
Abrí silenciosamente la puerta de su habitación, conseguí ponerme en pie, me acerqué cauteloso a la cama. Dormía mirando al techo, con la boca semiabierta y roncando como roncan las personas con sobrepeso. En su mesita de noche reposaban unas píldoras de esas que toman los culturistas con alto contenido energético.
Justo lo que necesitaba.
Tragué medio bote y sentí como su efecto era inmediato. El metabolismo en los que son como yo es tan acelerado, a veces, que apenas sientes que hayas comido. Me sentía con fuerzas de nuevo y listo para realizar otro conjuro, sencillo fácil, o al menos hasta ahora lo había sido, pero seguía débil. Tenia la total seguridad de que aquello acabaría conmigo, pero con las fuerzas renovadas al menos podría acabar con la vida de aquel hijo de puta.
Y así fue.
Aceleré mi cuerpo, aumenté mi fuerza, me dolía todo, pero estaba acostumbrado al dolor. Veloz como un rayo salté encima de él y aferré mis manos con tal fuerza a su garganta que creo que no debió sentirlo, el chasquido de la tráquea y del cuello al romperse es algo que recuerdo como si fuese ayer.
Sabía que estaba muerto, pero seguí apretando hasta que mis manos palidecieron.
Entonces caí desmayado.
Cuando desperté me encontraba en una casa carente de magia, rodeado de polvo por todas partes y tendido encima de un consumido cuerpo que al tocarlo se volvió polvo como casi todo lo que había sido parte de el.
Del polvo venimos y al polvo vamos.
No tenía dinero, ni ropa, ni documentación ni nada por el estilo, pero deseaba salir de aquella casa lo antes posible.
Sin embargo necesitaba sacar de allí todo lo que pudiese ya que sabía que, nada más saliese por la puerta, la casa se vendría abajo, convirtiéndose en polvo, al igual que su dueño.
Lo que encontré me sirvió sobremanera para sobrevivir hasta que conseguí regular mi situación, cómo no, ayudado con la magia. Le estoy cogiendo gusto a esto de escribir las cosas que me atormentan, sin embargo tengo que parar ahora mismo, mi cliente acaba de acceder al centro comercial y esta subiendo por las escaleras mecánicas, puntual como un reloj suizo. Espero que esta vez no me pida que cace nada demasiado grande como la última vez.
Y menos aún mañana.
Seguiré escribiendo, aunque siento que esto, pese a que lo diga mi psicoanalista, no sirve de nada.
Sin embargo creo en ella y que puede ayudarme de alguna forma, aunque, por desgracia para ella, eso podría meterla en mi mundo y convertirse en una presa, espero poder parafrasear algún día a Lestat y decirle aquello de "voy a darte la oportunidad que yo nunca tuve"